Año 2003, Madrid. Las rencillas por tráfico de drogas provocan más de cien muertes violentas al año. Los investigadores están desbordados. Llega entonces un caso que marcará para siempre su carrera profesional. La madrugada del 5 de febrero, un joven trabajador del aeropuerto aparece asesinado. Le han disparado en la cabeza, a quemarropa. A los pies del cadáver, la carta de un as de copas. Días después, el análisis del departamento de balística hace saltar todas las alarmas. El arma del crimen es una pistola muy extraña en nuestro país.
La historia del Asesino de la baraja se ha intentado explicar en detalle en varias ocasiones, siempre desde una óptica periodística. Esta vez se escoge una narración cinematográfica y sutil que involucra al espectador en un ritmo de thriller. Nunca nos apartamos de lo verídico, pero empleamos herramientas de la ficción para provocar emociones. Por primera vez verá la luz material gráfico y sonoro del archivo policial y judicial que aporta información muy valiosa al relato. También se analiza el papel de los medios de comunicación, que —literalmente— crearon el nombre del asesino.